martes, 21 de diciembre de 2010

Estado de miedo, de Michael Crichton. ¿Una profecía?


Hace ya bastantes años que me tomo muy en serio al autor de best sellers Michael Crichton; exactamente desde que leí su novela Parque jurásico, alguno de cuyos fragmentos menos comerciales he leído alguna vez en mis clases, e incluso citado en un congreso. Como tantas veces digo, puede que algún día me ocupe de ella en este blog.
Hoy me interesa hablar de una más reciente, exactamente de 2004: Estado de miedo. Una novela sobre el cambio climático que me sorprendió pues, al contrario de lo que esperaba, la actitud de su autor respecto a esta cuestión era punto menos que negacionista. No me costó trabajo encontrar en Internet críticas furibundas de lectores decepcionados acusando al escritor de estar al servicio de las multinacionales contaminantes, sospecha que a mí mismo se me había pasado por la cabeza. O se trataba de eso, o se había hecho asesorar por el primo de D. Mariano Rajoy, físico de profesión como sabemos precisamente por una sonada declaración del jefe de la oposición sobre este tema.
Me llamó la atención, empero, que Crichton citara una amplia bibliografía de aspecto respetable; pero como avezado lector suyo debía pensar que podía tratarse de un truco literario, como el menos descarado que emplea en una novelita absolutamente fallida, Devoradores de cadáveres, que sin embargo, y a diferencia de lo que ocurrió con Parque jurásico, dio pié a una película de aventuras bastante mejor que el original: El guerrero número 13, protagonizada por "nuestro" Antonio Banderas.
Pues bien: un par de ensayos al azar me confirmaron que la bibliografía era auténtica. Reconozco que no llevé muy lejos la búsqueda y que por otra parte no he hecho de ello cuestión de honor. Pero eso me hizo mirar la novela con otros ojos, por más que otras lecturas, y conversaciones con quienes entienden -tengo un amigo, que no primo, especialista en Paleoclimatología y sumamente ponderado- me mueven a alinearme en el bando de los que prefieren tomarse muy en serio la hipótesis del cambio climático de origen humano.
Dicho esto es preciso reconocer a la novela un mérito que muchos le han negado: Crichton se habría metido en un avispero sin tener necesidad de ello, pues me cuesta creer que necesite un complemento a sus ingresos, que imagino astronómicos, introduciendo en la polémica la sombra de una duda; precisamente lo que más valoré en mi lectura y que ahora, retrospectivamente, valoro aún más: la sospecha que justifica el título de su libro.
Cerca ya del final el protagonista pide su opinión a un científico bastante incrédulo, que justifica su escepticismo del modo siguiente: "La caída del Muro de Berlín marca el hundimiento del imperio soviético, así como el final de la Guerra Fría (...) Durante cincuenta años las naciones occidentales mantuvieron a sus ciudadanos en un estado de miedo perpetuo. Miedo a la guerra nuclear. La amenaza comunista. El telón de acero. El imperio del mal. Y en el ámbito de los países comunistas, lo mismo pero a la inversa: miedo a nosotros. Y de pronto, en 1989, todo eso se acabó (...) Quiero ir a parar a la idea de control social. A la necesidad de todo Estado soberano de ejercer control sobre el comportamiento de sus ciudadanos, de mantenerlos dentro de un orden y fomentar en ellos una actitud razonablemente sumisa: de obligarlos a conducir por el lado derecho de la carretera, o por el izquierdo, según sea el caso (...) Y naturalmente sabemos que el control social se administra mejor mediante el miedo (...) Las naciones occidentales son de una seguridad fabulosa. Sin embargo la gente no tiene esa sensación debido a [lo que yo llamo] complejo político-jurídico-mediático (...) Los políticos necesitan los temores para controlar a la población. Los abogados necesitan los peligros para litigar y ganar dinero. Los medios necesitan historias de miedo para capturar al público". Por cierto, este énfasis en la creación de miedo ha sido también señalado por Michael Moore en su documental Bowling for Columbine
Para sorpresa de su interlocutor, y de muchos lectores, el científico sostiene que el cambio climático -la amenaza de muerte de la atmósfera y, con ella, de la vida en el planeta-, es el gran espantajo alzado por el poder, por los poderes, para seguir manteniendo el control. "Largo me lo fiáis", responderíamos ante la amenza los españoles, adiestrados desde antiguo en el carpe diem; y sin duda otros muchos, a juzgar por sus reticencias a comprometerse con el Protocolo de Kioto. De manera que ese espantajo espanta poco.
Pero me temo que la tesis no queda por ello invalidada; pues más recientemente ha aparecido otro espantajo mucho más atemorizador, y eso que se le ven los entresijos, y con ellos la mano del complejo que yo llamaría más bien político-financiero-mediático (por cierto, requiem por CNN+) que lo ha urdido. De modo que cabe preguntarse si la novela de Crichton es, más que una denuncia sospechosa de reaccionarismo, una profecía de signo contrario.
Para eventuales lectores: el final del relato es, a mi juicio, una auténtica payasada, pero lo fundamental queda dicho y merece el rato que se emplea en leerlo.

martes, 14 de diciembre de 2010

La historia de San Michele. Imágenes

Se me ha ocurrido que como complemento a la entrada precedente podía publicar algunas fotos de Capri, especialmente de la Villa San Michele. Aquí van, pues.



Entrada a la Villa





Detalle de la entrada





Dormitorio de Axel Munthe





Nápoles, el Vesubio y la esfinge ptolemaica en la galería de la Villa san Michele





La esfinge etrusca en la galería





El suelo de mosaico romano: "robba di Timberio (cosas de Tiberio)", como decían los lugareños al sorprendido joven sueco en su primera visita a la isla





La fortaleza de "Timberio", en el otro extremo de la isla de Capri

domingo, 12 de diciembre de 2010

La historia de San Michele, de Axel Munthe


Hoy toca hablar de un clásico; o mejor, de uno que lo fue aunque hoy parece casi olvidado. No se trata, a todas luces, de una obra maestra, pues en tal caso habría sobrevivido a los cambios de moda, aunque no estoy muy seguro de que en los tiempos que corren las obras maestras estén a salvo de la desaparición. El caso es que La historia de San Michele fue un libro muy leído por la generación de mis progenitores, e incluso de mis abuelos, mientras que hoy resulta difícil de encontrar, sin duda a causa del hecho de que lo que no acaba de publicarse, o no es un “clásico” reconocido, no existe. Sin embargo se trata de una obra muy estimable, especialmente, aunque no sólo, en nuestra perspectiva, “medicina y literatura”.
Publicada por primera vez en Estocolmo en 1929, y en España seis años después, esta obra de difícil clasificación -¿novela? ¿Autobiografía? ¿Ambas cosas a la vez?- del médico y escritor sueco Axel Munthe (1857-1949) resulta, todavía hoy, sumamente interesante para quien busca aprender cosas importantes sobre la práctica de la medicina en ese territorio privilegiado que es la literatura. Cosas que no se enseñan, o que se enseñan de manera insuficiente, en las Facultades, y que tan a menudo se echan en falta cuando se tiene que afronta en solitario situaciones graves, y por otra parte nada infrecuentes, en el trato con un ser humano enfermo, sobre todo con el que va a morir.
De creer a su autor -¿y por qué no hacerlo?- se trataría de un texto autobiográfico: “ce n’est rien donner aux hommes que de ne pas se donner soi-même”, escribe Munthe a modo de dedicatoria al pie del título. Pero en sus páginas se mezclan fantasía y realidad desde muy temprano, cuando al comienzo de su relato, refiriendo su descubrimiento juvenil de la isla de Capri, se promete a sí mismo que algún día poseerá la vieja ruina nombrada San Michele en una conversación con el mismísimo diablo, o más exactamente con el Mefistófeles fáustico. ¡Singular acierto, éste de reconocer su propia ambición fáustica en conversación con su yo más oculto! Como también más tarde, cuando describe la visita de uno de los viejos duendes del folklore lapón y la conversación que con él sostiene.
Con todo, en mi opinión, esto que es literatura en el sentido más tradicional del término no deja de ser documento, pues el lector comprende sin esfuerzo que es consigo mismo con quien el escritor habla en estas situaciones, aunque con un valor añadido: el reconocimiento de la importancia de los mitos y leyendas –en suma, de las grandes creaciones colectivas de la cultura- para poder acceder a esos rincones ocultos de uno mismo.
Ciñéndonos, empero, a la perspectiva de este blog, habrá que señalar en primer lugar que en esta obra de amena lectura puede encontrarse valiosa información sobre historia de la medicina, y más en concreto de la mítica medicina parisiense de finales del siglo diecinueve. De especial interés resulta la tremenda crítica a la reverenciada figura del creador de la neurología científica, Jean-Martin Charcot. Si bien hoy es un hecho conocido que éste, como otros grandes patrons de la medicina francesa, era lo menos parecido a una persona “de buenas prendas”, lo que Munthe, colaborador suyo hasta ser expulsado por él, cuenta acerca de su interesada e irresponsable manipulación de las enfermas histéricas, y de alguna muchacha que no lo era hasta que el maître puso todo su afán en destruirla, representa una de las más demoledoras enmiendas al culto al genio propiciado por una cierta manera –vetusta, espero- de hacer historia de la medicina. Otros grandes de la clínica francesa pasan ante su tribunal, para ser en ocasiones reverenciados por su dignidad personal y su hombría de bien y en otras censurados por su avidez de riquezas y de fama, cuando no por su incompetencia clínica, y a veces por ambas cosas.
No menos importante –puede, incluso, que más- es cuanto se refiere a su propia actitud ante las situaciones médicas más graves y comprometidas: una epidemia de cólera en Nápoles, en lo colectivo, y en lo individual las numerosas ocasiones en que hubo de decidirse a abreviar los sufrimientos de un agonizante –pues desde el principio hasta el final del relato se manifiesta decidido partidario de la eutanasia compasiva, que no “pasiva”-, por ejemplo en el histórico caso de los campesinos rusos mordidos por lobos rabiosos que fueron llevados a París por ferrocarril para intentar una cura con el suero antirrábico de Pasteur.
Es imposible –y creo que no conviene- agotar toda la información relevante desde nuestro punto de vista que contiene este documento; pero no puedo pasar por alto otro de sus méritos, mayor aún si cabe teniendo en cuenta la fecha de su publicación y, lo que es aún más importante, la de su descubrimiento por el autor, pues remite a su juventud, a sus primeros años de práctica profesional: la comprensión del determinante peso de lo psicológico en el origen y el modo de vivir la enfermedad y del gran valor que su hábil manejo tiene para la relación médico-paciente y para la eficacia de casi cualquier opción terapéutica.
Como ya he señalado, nada de esto agota la lista de virtudes de la obra. También cuenta con riquezas que nada tienen que ver con la medicina, como por ejemplo las relativas a la vida artística y cultural del París fin-de-siècle, donde destaca ese enfermo genial –y brutal- que fue Guy de Maupassant. Pero es hora ya de callar y dejar a quien se sienta tentado por estas líneas que las descubra por sí mismo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Medicina mundi (III): Humo humano, de Nicholson Baker


Si yo fuera un compositor sin duda dejaría este libro para el final de mi composición. Iría anunciando su tema sin que el oyente pudiera imaginar que algo así estaba por venir hasta presentarlo después de haber creado un clima que hiciera necesario semejante finale. Pero el caso es que no soy un compositor y que me corre prisa poner por escrito lo que considero importante, de modo que procederé a la inversa: otros libros tendrán que venir después, quizá como refrendo de cuanto propone éste: obras como La Segunda Guerra Mundial: una historia de las víctimas, Dresde o Después del Reich. Mi demón me pide que dé paso de inmediato a la noticia, o al menos a una primera noticia de este libro; pues apenas dudo que alguna vez habré de recuperar cosas que aquí no pueda o no sepa decir.

“Los orígenes” y “el fin”. Al tratarse de dos temas diferentes –la guerra y la civilización- sólo cabe pensar que es un único jalón histórico el que marca ambos hechos. Es decir, que los orígenes de la Segunda Guerra Mundial coinciden con el fin de una civilización que, suponemos, es la occidental. En efecto, de eso se trata.

Cualquiera podría pensar que, dado el tema elegido, el autor se refiere a la barbarie nazi, que ciertamente está en el origen de la guerra y que conculcó de manera ejemplar los valores de los que podía sentirse orgullosa esa civilización de la que Alemania formaba parte, y en algún momento de manera excelsa; también podría pensarse que el humo humano hace referencia al que expulsaban las chimeneas de los crematorios de los campos de exterminio. Nada más lejos de la realidad, salvo, quizá, el hecho de que Baker haya pensado en esa melancólica imagen para titular un libro que va mucho más allá de los campos pues, como el final del título indica, no es solamente la humanidad de los judíos exterminados la que se habría disuelto en humo durante la Segunda Guerra Mundial.

Humo humano vio la luz en Estados Unidos entre polémicas, pues su postulado central es que no hubo inocentes en esa guerra, o más bien que los escasos inocentes que supieron preservar su integridad tuvieron que hacerlo entre los muros de las cárceles, sometidos, además, a un trato discriminatorio que los situaba por debajo de criminales convictos. Precisamente Baker hace en su libro lo que yo he renunciado a hacer en estas líneas: dejar para el final lo que se va adivinando según se lee:

Dedico este libro a la memoria de Clarence Pickett y otros pacifistas estadounidenses y británicos. Jamás han recibido realmente el reconocimiento que se merecen. Intentaron salvar a los refugiados judíos, alimentar a Europa, reconciliar a Estados Unidos y Japón e impedir que estallara la guerra. Fracasaron, pero tenían razón.

Los méritos que Nicholson Baker atribuye a esos pacifistas son concretamente la cara opuesta de las imputaciones que aporta su alegato contra “los buenos de la película”; vénase los siguiente ejemplos:

1) Ya durante la Primera Guerra Mundial los aliados, especialmente Gran Bretaña, establecieron un intenso bloqueo naval destinado a rendir por hambre a las denominadas “potencias centrales”, Alemania y el Imperio Austrohúngaro. Con ello hacían la guerra a la población civil, lo que ha sido sistemáticamente denostado por las sucesivas Convenciones de Ginebra. Y en cuanto comenzó la segunda, Churchill, probablemente la auténtica bestia negra del autor, se apresuró a reclamar esa misma medida, así como la producción intensiva de gases venenosos, que no se interrumpió hasta prácticamente el final.

2) Las democracias sólo abrieron sus puertas a un exiguo número de refugiados judíos –hasta el cine se ha hecho eco del Viaje de los malditos, el estéril peregrinaje del barco cargado de judíos europeos a lo largo de los puertos de la costa americana del Atlántico, desde Cuba hasta Miami.

3) Aunque Japón, al igual que Alemania, estuviera cometiendo crímenes sin cuento, en este caso en China –Baker no es en absoluto un negacionista, y no pretende ni por un segundo justificar a nazis ni a imperialistas japoneses, de quienes se ocupa cuanto es preciso en su obra- el autor presenta abundantes pruebas de los desesperados intentos realizados por los militares y políticos estadounidenses para provocar a Japón a que cometiera el error que les permitiera dejar claro definitivamente a quién debía pertenecer el Pacífico, asunto que al parecer les interesaba bastante más que meterse en el avispero europeo para sacar del fuego castañas ajenas.

Si todo esto parece desaforado sírvase el lector echar un vistazo al libro. Concebido como una especie de gigantesco periódico, está compuesto por breves fragmentos, que bien podrían llamarse “sueltos” en el sentido propio de la jerga periodística, rigurosamente documentados hasta el punto de ser, en algunos casos, transcripciones literales de crónicas parlamentarias, bandos, noticias de prensa y memorias y discursos de algunos de los protagonistas más cualificados, como por ejemplo Goebbels o el ya mentado Churchill. Su lectura produce pasmo, admiración, dolor, desánimo y un malestar profundo, pero que no llega a la depresión gracias a las ocasionales bocanadas de oxígeno que representan los testimonios de esos que, en el mejor de los casos, sólo pudieron hablar una o dos veces antes de ser silenciados, y gracias sobre todo a una consideración final: que, aunque en medio de la algarabía de los que se consideran buenos hasta el punto de no admitir que toda persona tiene su lado oscuro, todavía pueden publicarse libros como éste; y lo que es más importante, que aún hay personas capaces de escribirlos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Medicina mundi (II). El hombre mojado no teme la lluvia, de Olga Rodríguez


Olga Rodríguez Francisco (León, 1975). Los escuetos datos que figuran en la solapa anterior del libro nos permiten saber que esta periodista tiene 35 años, tenía 30 o menos cuando realizó unos reportajes (premiados; para mí es lo de menos) en Gaza, y 27 o 28 cuando cubrió la invasión de Irak. Habrá quien piense que el ejercicio de dignidad que representa su libro es tan sólo fruto del idealismo de la juventud, pero para eso es preciso olvidar, voluntaria y dolosamente, que ha estado en los lugares que habitan los seres humanos cuyas voces resuenan en esta obra sencilla y abrumadora.
Por mi parte pienso que Olga Rodríguez podría haberse limitado a cobrar por su excelente y arriesgado trabajo (baste recordar a su compañero José Couso) y a recibir sus muy merecidos premios sin que nadie pudiera echarle en cara nada. Más aún: quizá la mayoría, incluida una parte de mí mismo, hubiera agradecido que se abstuviera de escribir este libro. Pero otros, y esa otra parte de mí mismo que contiende con la citada en primer lugar, agradecemos, y muy sentidamente, que se haya decidido a hacerlo.
El hombre mojado... es un libro duro, muy duro. Y en cierto sentido aburrido. Un testimonio tras otro de tragedias personales sucedidas -vividas- en un lugar del mundo de cuyo nombre no queremos acordarnos. ¿Era necesaria tanta reiteración?
Está claro que para Olga Rodríguez sí; porque para ella no hay reiteración alguna: cada caso es diferente, es la historia de un ser humano concreto, mujer o varón, anciano, adulto o joven, de una cultura o de otra, granos todos ellos triturados por una rueda de molino en la que, mejor o peor, nos encontramos, para nuestra dudosa fortuna, "los otros", nosotros. Y en algún caso esas otras voces de Oriente Medio, como la del ultraortodoxo judeoargentino Yehuda Glanz, emitidas desde el campo de los vencedores. ¡Qué suerte, para los que pensamos y sentimos de determinada manera, que sus palabras se encuentren encuadradas por las admirables de Rami y Nurit Elhanan, padres de una adolescente masacrada por terroristas suicidas palestinos, que desde ese momento dedican su vida al entendimiento entre ambas culturas y a la lucha por la paz, como lo hace Sergio Yahni, el otro custodio verbal del -para mí- delirante Glanz!
Israelíes, palestinos, libaneses, iraquíes, sirios egipcios y afganos son los protagonistas de las páginas escritas por esta periodista que ha querido ser más que eso -y no me refiero a "escritora" o "autora de libros"-. Luchadores algunos, con razón o sin ella -no nos compete juzgar, ni ella misma lo hace-, víctimas los más, se han encontrado con algo que sin duda no esperaban: una persona que ha prestado oído a sus voces, y no sólo eso: se ha obligado a hacerlas resonar al menos en este extremo del Mediterráneo, el mar de la historia cuya presencia eterna compartimos con algunos de ellos. Hablando, por cierto, de historia: Olga Rodríguez ha tenido el acierto de referir sumariamente las circunstancias históricas que, en cada uno de los casos, han determinado el destino de los protagonistas de su libro, y no es ése un mérito pequeño.
Pero el mayor, lo repetiré, es otro: el de haber dado voz a los que no la tienen, o mejor, el de habernos forzado a escuchar esas voces de oriente medio; el hacérnoslas sentir de manera machacona, como señalé al principio. "¿Para qué tanta reiteración? ¿Para qué tantas historias semejentes?" decimos, inconscientemente y en silencio, mientras leemos, sin darnos cuenta de que algo así debe pensar una persona cuando la torturan: "¡No más! ¡Basta! ¡Ya lo he entendido!".
Probablemente haya que sufrir para entender. Y por eso no le auguro un gran éxito editorial a semejante obra, pues casi nadie está dispuesto a pagar a su verdugo. Sólo lo hace aquél que, en su fuero interno, sabe que es justo disponer de uno "de guardia" para su uso personal.
No hay que negar el dolor. Suele ser un síntoma, un aviso. En El hombre mojado... percibimos, con reiteración, este tipo de síntoma. También la curación es a veces dolorosa, pero nunca tanto como la enfermedad. En este caso se trata de voces contra la sordera; y si el dolor que despiertan estas voces no se produce en los oídos habrá que preguntarse cual es, exactamente, la sede de la enfermedad de nuestro mundo.

Agradezco a mi amiga Maribel Porras haberme dado a conocer este libro, tan humano y necesario.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Medicina mundi (I)



Podría parecer que un blog sobre medicina y literatura debería ocuparse exclusivamente de obras de ficción en las que los temas médicos, en el sentido más restringido del término, desempeñen un papel destacado. Y en efecto eso es lo que mayoritariamente he hecho hasta ahora bajo esta rúbrica, en el blog (poco) y fuera de él (bastante más). No pienso renunciar a ello, pues me parece que tiene un valor incontestable, pero lo cierto es que ahora la realidad me solicita en una dirección diferente. Para ser exactos, viene haciéndolo desde algunos años atrás, pero hasta el momento me he contentado con desarrollar esa nueva perspectiva en las aulas. Hoy esto me parece insuficiente, dado que Internet permite abrir notablemente el campo. Tan grande es esta apertura que posiblemente lo que ahora me propongo quede en nada; a lo sumo en lo que representa la vieja metáfora de la botella conteniendo un mensaje que un náufrago arroja al océano.
Está bien que así sea. ¿Por qué pensar que lo que uno cuenta ha de importar a muchos? Pero, por otra parte, cuando ese “uno” obtiene su manutención, como es mi caso, del bolsillo de todos, ¿no debe al menos rendir cuentas en aquello a lo que se siente obligado? Si nadie las pide, allá cada cual. En todo caso la “declaración” quedará hecha y presentada, y se habrá corrido el riesgo de que alguien decida presentar una reclamación.
Con este espíritu inicio hoy este apartado, sin poder alejar de mí la duda de si seré capaz de redactar un Medicina mundi II, un III, etc., pues bien me conozco, además de ser consciente de que lo que me propongo exigirá mucho tiempo y muchas lecturas. Y para empezar: ¿qué es, exactamente, lo que me propongo?
Pues, dicho brevemente, dar a conocer aquellas obras de “no ficción” (ensayos o estudios históricos) que se ocupan de la “enfermedad del mundo”; pues nadie puede dudar de que el mundo del que formamos parte está enfermo. Así pues, mucho de lo que aquí se comente tendrá un cierto aire diagnóstico. De hecho la práctica totalidad debería tener esta orientación, pues no me siento capacitado para dar recetas y desconfío de quienes las proponen. Así, esta medicina mundi desagradará sin duda a quien reclame una terapéutica para los males que aquejan a nuestro mundo, a no ser que esté dispuesto a admitir que en el conocimiento de la patología se encuentre la clave de una eventual estrategia curativa.
¿Podría, por otra parte, extrañar a alguien que esta medicina esté abierta a la polémica, más aún, que la solicite de forma explícita? En las épocas de crisis hay, también, combates entre los sistemas médicos, y en la actual es un hecho de observación cotidiano que los nuevos iatromecánicos disputan con los igualmente nuevos iatroquímicos. Habrá que ver cómo me las arreglo en esta lid, yo que soy un aberrante Naturphilosoph. Sea como fuere, siempre he reivindicado mi condición de médico, no sólo basándome en los títulos académicos que poseo, sino también, y quizá sobre todo, por estar convencido de que mi quehacer se explica desde, por y para la medicina. En esta ocasión las cosas están aún más claras, pues, con la ayuda del equipo del que pretendo rodearme –los textos objeto de mi reflexión- voy a inclinarme sobre el cuerpo de un yacente que, esperémoslo, no habrá de permanecer en esta postura hasta el fin de los tiempos.
Y, por cierto, sin olvidar nunca algo esencial: que cada vez que tome el pulso a ese enfermo sabré que me lo estoy tomando a mí mismo, pues soy parte de él.

miércoles, 9 de junio de 2010

HOKUSPOKUS: MIL GRACIAS.


Acabo de releer La noche de Walburga (Walpurgisnacht, 1917) de Gustav Meyrink. Lo he hecho por razones de trabajo, pues me he comprometido a presentar dentro de algo menos de un año el análisis de una de las ideas más inquietantes de su autor en un foro internacional sobre medicina y literatura en torno al tema del contagio. Quien haya leído esta novela sabrá sin duda a qué me refiero. Para quien desconozca su contenido prometo dar más explicaciones en otro post.
No puedo ocultar que este texto, calificado por la crítica de apocalíptico, me ha afectado especialmente en este momento, para mí de apocalipsis no reconocido, en el que, en mi opinión, vivimos una tercera guerra mundial sólo aparentemente incruenta. Me refiero, claro está, a eso que torpemente llamamos “la crisis”. En su novela Meyrink habla de la primera guerra mundial y la revolución rusa como de “una noche de Walburga cósmica”, un infausto aquelarre que, directa o indirectamente, dañará a toda la humanidad (sólo en ese sentido, y no en lo que se refiere a campos de batalla clásicos, fue realmente “mundial” aquella guerra, y también la segunda de ese nombre). Tengo para mí, aunque no aspiro a convencer a nadie, que en la actualidad vivimos una nueva emergencia “walbúrgica” que dejará tras de sí muchísimas víctimas físicas y un número aún mayor de víctimas espirituales: los jóvenes, y no tan jóvenes, que están aprendiendo:
a) que se puede hacer mucho dinero sin producir nada, ni en el dominio material ni en el espiritual, simplemente moviéndose en ese mundo walbúrgico, fantasmático, de la especulación financiera; y que de paso se puede experimentar el gozo de hacer doblar la cerviz a pueblos enteros más rápido y a menor coste que las hordas de Gengis Khan.
b) que entre las respuestas a la amenaza que parecen más correctas se cuentan la exacción de parte de los bienes de los auténticos trabajadores para arrojarlas a las fauces siempre hambrientas de Moloch y el premio a quienes se han llevado buena parte de esa sangre, por impura que sea, a otros lugares donde se adora al mismo dios, a quienes ahora se espera como salvadores con tal que vuelvan a trasfundirla a las venas nacionales.
Y quien sabe si habrá también c, d, etc., y en este momento no se me ocurren simplemente porque necesito protegerme de la depresión o del nihilismo.
Por suerte existen antídotos, lo que significa que hay personas que hacen imposible olvidar que no todos los seres humanos se rigen por las mismas leyes; que hay algunos, seguramente muchos, que aún son capaces de vivir como idiotas a los ojos de quienes llevan las riendas. Personas a las que quien escribe quisiera tener por amigos, o mejor: que ya son amigos, aunque en la distancia, y aunque quizá nunca lleguemos a conocernos.
Es el caso de Hokuspokus.
¡Qué curioso! Un nombre que se corresponde con una supuesta palabra mágica, desgastada por el tiempo hasta resultar casi cómica al menos en los ambientes en que más se ha usado, el anglosajón y el alemán. Entre nosotros se lleva más “abracadabra”.
He encontrado a Hokuspokus hace sólo unas horas. Buscaba en Internet alguna novedad que pudiera habérseme escapado sobre Meyrink o sobre su novela, cuando me he topado con algo cuya existencia desconocía: Walpurgisnacht en audiolibro. Leída por Hokuspokus.
Debo hacer un pequeño paréntesis para rendir homenaje a todos cuantos lo merecen, pues he podido enterarme de que dicho audiolibro forma parte de algo que conocía hace ya varios años, el Proyecto Gutenberg, en el que numerosos voluntarios insertan en la red, de manera gratuita, obras literarias de su gusto. En lo que atañe a la literatura alemana, mi campo predilecto, hay un auténtico océano de textos que a menudo me han resuelto el problema de la consulta de fuentes. Hace algún tiempo que no he tenido que utilizar su página de búsqueda y el descubrimiento de hoy me la ha traído a la memoria, pues LibriVox es un nuevo regalo del proyecto del que forma parte esa Walpurgisnacht leída por Hokuspokus, lectora también de algunos de mis textos más queridos, como Meister Floh o Die Serapionsbrüder, de E.T.A. Hoffmann.
En el ambiente al que acabo de referirme, ¿pueden imaginarse los eventuales lectores de este blog lo que ha representado para mí escuchar la voz de Hokuspokus leyendo, por amor al libro y a los desconocidos oyentes, el texto de Meyrink? ¿Pueden imaginarse lo que se siente al descargar en la página correspondiente una preciosa carátula para una eventual copia en CD en la que puede leerse: “este audiolibro es de dominio público. Puede descargarse, copiarse y alterarse”? Si no pueden se lo explicaré yo mismo: un milagro. Un sorbo de agua en el desierto. Una mirada a los ojos que da a entender: “nada ha sido, nada es inútil”. “Los ingenuos estamos aquí, y aquí seguiremos, como dicen que seguirán los insectos, después de la aniquilación de quienes son tan sabios como para diseñar armas que los exterminarán”.
¡Sigue leyendo, por favor, Hokuspokus, y contigo cuantos se vayan incorporando al Projekt Gutenberg! ¡Y que otros sigan tecleando! Yo mismo, esclavo a menudo de otras leyes, he dejado hoy de escribir otras cosas para dedicarme a este blog que quizá no lea nadie, y no descarto lanzarme algún día a hablar hacia un supuesto vacío que –ahora lo se- no lo está en absoluto. Como representante de todos esos voluntarios que han escrito y leído, que leen y escriben para desconocidos, convencidos de que sienten como ellos, te rindo honores
Herzlichen Dank, Hokuspokus!

lunes, 31 de mayo de 2010

Gustav Meyrink: lo que oculta el ocultismo


Estimulado por mis compañeras de la Biblioteca de la Facultad de Medicina y por su dinámico blog me decido a comenzar lo que supongo será una serie de apuntes sobre la obra del escritor austríaco Gustav Meyrink (1868-1932). Una obra que representó para mí un afortunado descubrimiento hace ya casi veinte años, y que desde hace alrededor de quince constituye una parte muy importante de mis cursos de doctorado sobre literatura y psicoanálisis.

Precisamente esto último constituye la explicación al título de este post; pues si por algo es conocido Meyrink es por su inclusión en géneros literarios considerados menores, como la novela ocultista, o gótica, o en el mejor de los casos fantástica. Y ciertamente Meyrink se engolfó durante años en la lectura de textos ocultistas y místicos; pero el caso es que las novelas que resultaron de sus lecturas -y de sus sorprendentes experiencias, algunas de las cuales referiré en entradas sucesivas- acabaron siendo algo más, mucho más que literatura "ocultista".
El primer libro de Meyrink que cayó en mis manos fue su best seller de 1915 "El Golem". Andaba yo por aquel entonces intensamente dedicado al estudio de la obra de Carl Gustav Jung (1875-1861) y la lectura de "El Golem" me dejó pasmado, pues a mi parecer representaba de manera perfecta algunas de las ideas centrales de la psicología junguiana. En concreto la figura de ese Golem que poco, más allá del nombre, tiene que ver con el histórico -o si se prefiere, con el legendario- me parecía la mejor caracterización literaria del arquetipo denominado por Jung "der Schatten" -la sombra-. Y mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que en esa fecha el médico suizo apenas comenzaba a construir su teoría de los arquetipos.

Ni que decir tiene que seguí leyendo novelas y relatos de Meyrink, hasta hacerme con su obra completa,incluyendo los textos autobiográficos y teóricos, si así puede decirse. Y mi sorpresa no dejó de crecer al comprobar que el carácter visionario -entiéndase este término con todas las reservas, al menos de momento- del escritor austríaco se revelaba de la manera más sorprendente a través de la escenificación en tres novelas consecutivas -"El Golem", "El rostro verde" y "El dominico blanco"- de lo que representa la clave de bóveda de la psicología analítica de Jung: el "proceso de individuación".

El ocultismo, al menos el de Meyrink, ocultaba algo: un saber sobre el inconsciente que, paralelamante y no sin críticas, se estaba gestando también en la obra de un científico, por más que muchos nieguen a Jung este reconocimiento. Hay, pues, razones más que sobradas para reservar un espacio en un ámbito que se ocupa de las relaciones entre medicina y literatura a Gustav Meyrink; espacio que irá extendiéndose a lo largo de las próximas entregas

miércoles, 7 de abril de 2010

La negación de la propia muerte y la figura del cuidador


Gracias a la información que me hizo llegar un compañero seguidor de este blog acabo de leer "La habitación de invitados", de Helen Garner (Salamandra, 2010); y aunque ello represente empezar la casa por el tejado (pues, ¿no debería comenzar por explicar las intenciones del blog, cosa que aún no he hecho?) pienso que merece la pena servir de eco a este relato, extremadamente breve y sin duda tremendamente sencillo, pero igualmente honesto y sin duda importante.
Al decir esto último pienso en cualquier lector potencial, pero también -y quizá especialmente- en los profesionales de la asistencia sanitaria (médicos y enfermeros de ambos sexos) tanto en ejercicio como en formación, destinatarios primeros de cuanto pueda hacerse bajo la rúbrica "Medicina y Literatura"; pues las características señaladas hacen de este libro una pieza muy valiosa para el aprendizaje.
El tema es sencillo y abrumador: una sexagenaria enferma de cancer desahuciada anuncia a una amiga de su edad que se alojará en su casa durante tres semanas para seguir un tratamiento "salvador" que desde el principio apesta a charlatanería seudocientífica. De entrada nos encontramos, pues, en presencia de dos temas bien conocidos: la actitud de negación de la propia mortalidad (y del pronóstico infausto) y la explotación de esta comprensible menesterosidad humana por individuos sin escrúpulos. Pero con ser esto interesante, lo es aún más, a mi parecer, lo que este cóctel satánico desencadena: las reacciones inconscientes y conscientes de una buena persona -la amiga, la cuidadora- ante la tremenda carga, mucho más psicológica que material, que su amiga vuelca sobre ella.
La novela está escrita sin ninguna complacencia, y por eso mismo tiene un notable valor testimonial (parece que detrás del texto hay una vivencia concreta), llamando a cada sentimiento por su nombre, por desagradable que éste pueda resultar.
En resumen: una obra digna de leerse por cualquiera, pues todos vamos a morir y la mayoría lo hará con la misma "inconsciencia egoista" de la protagonista, y casi todos seremos, antes o después, cuidadores, y nos veremos, como la narradora, deseando mientras conducimos que el coche se estrelle pero que sólo muera la amiga. Y aprenderemos, si no lo hemos hecho con la lectura de la novela, que esto es normal y que a pesar de ello se puede seguir lidiando con la carga del otro -lidiando digo, no llevándola sin más- porque el ser humano es así.

viernes, 19 de febrero de 2010

Medicina e letteratura


Este libro, editado por el profesor italiano de Humanidades Médicas Sandro Spinsanti, recoge trabajos de treinta autores europeos y americanos dedicados al estudio de obras literarias en las que diversos aspectos de la medicina (la vivencia de la enfermedad, la muerte, la relación médico-paciente...)tienen especial relevancia. La orientación de la mayoría de estos estudios es pedagógica, es decir, se propone como fuente de información dirigida a los profesionales de la salud en el marco de las Humanidades Médicas.
El libro está estructurado en seis secciones, precedidas de una introducción de Sandro Spinsanti:
- La fuerza de la narración.
- El médico protagonista
- La enfermedad narrada
- Cuando el dolor se transforma en canto
- La patología en escena
- "Si te contase mi historia..."

jueves, 18 de febrero de 2010

XVI Simposio de la Sociedad Española de Historia de la Medicina (SEHM)

Los días 26 y 27 de noviembre de 2010 se celebrará en Córdoba el XVI simposio de la SEHM sobre el tema "Divulgación en Historia de la Medicina". Se ampliará información a medida que se concreten los contenidos. http://www.sehm.es/

miércoles, 20 de enero de 2010

Histoire sommaire de la maladie et du somnambulisme de lady Lincoln


Atteinte de multiples maux d'une extrême violence, rattachés à l'époque au domaine de l'hystérie, lady Susan Lincoln, une jeune et belle aristocrate anglaise, est conduite le 18 mars 1837 par sa famille à Paris et confiée aux soins du Dr Koreff, médecin de renom qui pratique le très contesté « magnétisme animal », et de son collègue le Dr Wolowski.

Tous deux la soignent sans discontinuer et, jour après jour, notent les crises et évolutions de l'état de santé de la patiente, les réactions de sa famille et les moments au cours desquels dans un état de « somnambulisme magnétique » (qu'on appellera bientôt hypnose), presciences, prédictions et révélations se succèdent. Après quatre mois de traitement, malgré une nette amélioration et contre la volonté de Koreff et de Wolowski, lady Lincoln est soustraite au traitement par ses parents, et surtout son mari, qui voient en effet d'un très mauvais oeil cette « cure somnambulique » révélatrice de bien trop de secrets.

Nicole Edelman, Jean-Pierre Peter et Luis Montiel présentent ce manuscrit, quasi inconnu et jamais publié, qui entraîne le lecteur dans un conflit médical, familial et intime, un drame digne des plus grandes oeuvres de fiction.

Alquimia del dolor. Estudios sobre medicina y literatura.


Alquimia del dolor pretende explorar las relaciones entre medicina y literatura tanto en la perspectiva de la más exigente investigación académica como desde el punto de vista de la utilidad de los textos literarios en la formación de los profesionales de la salud. Su tema lo constituyen las reflexiones de algunos de los más importantes creadores de la literatura occidental (Thomas Mann, Ernesto Sábato, Michel Tournier, E.T.A. Hoffmann...) sobre los tres grandes asuntos que estructuran la obra: “la enfermedad, la muerte y la medicina”, “el inconsciente y la locura” y “las ciencias de la vida en el espejo de la literatura”. Los estudios que componen el libro son el resultado del trabajo de su autor durante treinta años en este ámbito de investigación y docencia universitaria.

Autor: Luis Montiel.
Editorial: Editorial Complutense. Madrid: 2009. 348 páginas.
Libro electrónico: http://www.editorialcomplutense.com/detalle_libro.php?id=668