miércoles, 7 de abril de 2010

La negación de la propia muerte y la figura del cuidador


Gracias a la información que me hizo llegar un compañero seguidor de este blog acabo de leer "La habitación de invitados", de Helen Garner (Salamandra, 2010); y aunque ello represente empezar la casa por el tejado (pues, ¿no debería comenzar por explicar las intenciones del blog, cosa que aún no he hecho?) pienso que merece la pena servir de eco a este relato, extremadamente breve y sin duda tremendamente sencillo, pero igualmente honesto y sin duda importante.
Al decir esto último pienso en cualquier lector potencial, pero también -y quizá especialmente- en los profesionales de la asistencia sanitaria (médicos y enfermeros de ambos sexos) tanto en ejercicio como en formación, destinatarios primeros de cuanto pueda hacerse bajo la rúbrica "Medicina y Literatura"; pues las características señaladas hacen de este libro una pieza muy valiosa para el aprendizaje.
El tema es sencillo y abrumador: una sexagenaria enferma de cancer desahuciada anuncia a una amiga de su edad que se alojará en su casa durante tres semanas para seguir un tratamiento "salvador" que desde el principio apesta a charlatanería seudocientífica. De entrada nos encontramos, pues, en presencia de dos temas bien conocidos: la actitud de negación de la propia mortalidad (y del pronóstico infausto) y la explotación de esta comprensible menesterosidad humana por individuos sin escrúpulos. Pero con ser esto interesante, lo es aún más, a mi parecer, lo que este cóctel satánico desencadena: las reacciones inconscientes y conscientes de una buena persona -la amiga, la cuidadora- ante la tremenda carga, mucho más psicológica que material, que su amiga vuelca sobre ella.
La novela está escrita sin ninguna complacencia, y por eso mismo tiene un notable valor testimonial (parece que detrás del texto hay una vivencia concreta), llamando a cada sentimiento por su nombre, por desagradable que éste pueda resultar.
En resumen: una obra digna de leerse por cualquiera, pues todos vamos a morir y la mayoría lo hará con la misma "inconsciencia egoista" de la protagonista, y casi todos seremos, antes o después, cuidadores, y nos veremos, como la narradora, deseando mientras conducimos que el coche se estrelle pero que sólo muera la amiga. Y aprenderemos, si no lo hemos hecho con la lectura de la novela, que esto es normal y que a pesar de ello se puede seguir lidiando con la carga del otro -lidiando digo, no llevándola sin más- porque el ser humano es así.