miércoles, 9 de junio de 2010

HOKUSPOKUS: MIL GRACIAS.


Acabo de releer La noche de Walburga (Walpurgisnacht, 1917) de Gustav Meyrink. Lo he hecho por razones de trabajo, pues me he comprometido a presentar dentro de algo menos de un año el análisis de una de las ideas más inquietantes de su autor en un foro internacional sobre medicina y literatura en torno al tema del contagio. Quien haya leído esta novela sabrá sin duda a qué me refiero. Para quien desconozca su contenido prometo dar más explicaciones en otro post.
No puedo ocultar que este texto, calificado por la crítica de apocalíptico, me ha afectado especialmente en este momento, para mí de apocalipsis no reconocido, en el que, en mi opinión, vivimos una tercera guerra mundial sólo aparentemente incruenta. Me refiero, claro está, a eso que torpemente llamamos “la crisis”. En su novela Meyrink habla de la primera guerra mundial y la revolución rusa como de “una noche de Walburga cósmica”, un infausto aquelarre que, directa o indirectamente, dañará a toda la humanidad (sólo en ese sentido, y no en lo que se refiere a campos de batalla clásicos, fue realmente “mundial” aquella guerra, y también la segunda de ese nombre). Tengo para mí, aunque no aspiro a convencer a nadie, que en la actualidad vivimos una nueva emergencia “walbúrgica” que dejará tras de sí muchísimas víctimas físicas y un número aún mayor de víctimas espirituales: los jóvenes, y no tan jóvenes, que están aprendiendo:
a) que se puede hacer mucho dinero sin producir nada, ni en el dominio material ni en el espiritual, simplemente moviéndose en ese mundo walbúrgico, fantasmático, de la especulación financiera; y que de paso se puede experimentar el gozo de hacer doblar la cerviz a pueblos enteros más rápido y a menor coste que las hordas de Gengis Khan.
b) que entre las respuestas a la amenaza que parecen más correctas se cuentan la exacción de parte de los bienes de los auténticos trabajadores para arrojarlas a las fauces siempre hambrientas de Moloch y el premio a quienes se han llevado buena parte de esa sangre, por impura que sea, a otros lugares donde se adora al mismo dios, a quienes ahora se espera como salvadores con tal que vuelvan a trasfundirla a las venas nacionales.
Y quien sabe si habrá también c, d, etc., y en este momento no se me ocurren simplemente porque necesito protegerme de la depresión o del nihilismo.
Por suerte existen antídotos, lo que significa que hay personas que hacen imposible olvidar que no todos los seres humanos se rigen por las mismas leyes; que hay algunos, seguramente muchos, que aún son capaces de vivir como idiotas a los ojos de quienes llevan las riendas. Personas a las que quien escribe quisiera tener por amigos, o mejor: que ya son amigos, aunque en la distancia, y aunque quizá nunca lleguemos a conocernos.
Es el caso de Hokuspokus.
¡Qué curioso! Un nombre que se corresponde con una supuesta palabra mágica, desgastada por el tiempo hasta resultar casi cómica al menos en los ambientes en que más se ha usado, el anglosajón y el alemán. Entre nosotros se lleva más “abracadabra”.
He encontrado a Hokuspokus hace sólo unas horas. Buscaba en Internet alguna novedad que pudiera habérseme escapado sobre Meyrink o sobre su novela, cuando me he topado con algo cuya existencia desconocía: Walpurgisnacht en audiolibro. Leída por Hokuspokus.
Debo hacer un pequeño paréntesis para rendir homenaje a todos cuantos lo merecen, pues he podido enterarme de que dicho audiolibro forma parte de algo que conocía hace ya varios años, el Proyecto Gutenberg, en el que numerosos voluntarios insertan en la red, de manera gratuita, obras literarias de su gusto. En lo que atañe a la literatura alemana, mi campo predilecto, hay un auténtico océano de textos que a menudo me han resuelto el problema de la consulta de fuentes. Hace algún tiempo que no he tenido que utilizar su página de búsqueda y el descubrimiento de hoy me la ha traído a la memoria, pues LibriVox es un nuevo regalo del proyecto del que forma parte esa Walpurgisnacht leída por Hokuspokus, lectora también de algunos de mis textos más queridos, como Meister Floh o Die Serapionsbrüder, de E.T.A. Hoffmann.
En el ambiente al que acabo de referirme, ¿pueden imaginarse los eventuales lectores de este blog lo que ha representado para mí escuchar la voz de Hokuspokus leyendo, por amor al libro y a los desconocidos oyentes, el texto de Meyrink? ¿Pueden imaginarse lo que se siente al descargar en la página correspondiente una preciosa carátula para una eventual copia en CD en la que puede leerse: “este audiolibro es de dominio público. Puede descargarse, copiarse y alterarse”? Si no pueden se lo explicaré yo mismo: un milagro. Un sorbo de agua en el desierto. Una mirada a los ojos que da a entender: “nada ha sido, nada es inútil”. “Los ingenuos estamos aquí, y aquí seguiremos, como dicen que seguirán los insectos, después de la aniquilación de quienes son tan sabios como para diseñar armas que los exterminarán”.
¡Sigue leyendo, por favor, Hokuspokus, y contigo cuantos se vayan incorporando al Projekt Gutenberg! ¡Y que otros sigan tecleando! Yo mismo, esclavo a menudo de otras leyes, he dejado hoy de escribir otras cosas para dedicarme a este blog que quizá no lea nadie, y no descarto lanzarme algún día a hablar hacia un supuesto vacío que –ahora lo se- no lo está en absoluto. Como representante de todos esos voluntarios que han escrito y leído, que leen y escriben para desconocidos, convencidos de que sienten como ellos, te rindo honores
Herzlichen Dank, Hokuspokus!