martes, 21 de diciembre de 2010

Estado de miedo, de Michael Crichton. ¿Una profecía?


Hace ya bastantes años que me tomo muy en serio al autor de best sellers Michael Crichton; exactamente desde que leí su novela Parque jurásico, alguno de cuyos fragmentos menos comerciales he leído alguna vez en mis clases, e incluso citado en un congreso. Como tantas veces digo, puede que algún día me ocupe de ella en este blog.
Hoy me interesa hablar de una más reciente, exactamente de 2004: Estado de miedo. Una novela sobre el cambio climático que me sorprendió pues, al contrario de lo que esperaba, la actitud de su autor respecto a esta cuestión era punto menos que negacionista. No me costó trabajo encontrar en Internet críticas furibundas de lectores decepcionados acusando al escritor de estar al servicio de las multinacionales contaminantes, sospecha que a mí mismo se me había pasado por la cabeza. O se trataba de eso, o se había hecho asesorar por el primo de D. Mariano Rajoy, físico de profesión como sabemos precisamente por una sonada declaración del jefe de la oposición sobre este tema.
Me llamó la atención, empero, que Crichton citara una amplia bibliografía de aspecto respetable; pero como avezado lector suyo debía pensar que podía tratarse de un truco literario, como el menos descarado que emplea en una novelita absolutamente fallida, Devoradores de cadáveres, que sin embargo, y a diferencia de lo que ocurrió con Parque jurásico, dio pié a una película de aventuras bastante mejor que el original: El guerrero número 13, protagonizada por "nuestro" Antonio Banderas.
Pues bien: un par de ensayos al azar me confirmaron que la bibliografía era auténtica. Reconozco que no llevé muy lejos la búsqueda y que por otra parte no he hecho de ello cuestión de honor. Pero eso me hizo mirar la novela con otros ojos, por más que otras lecturas, y conversaciones con quienes entienden -tengo un amigo, que no primo, especialista en Paleoclimatología y sumamente ponderado- me mueven a alinearme en el bando de los que prefieren tomarse muy en serio la hipótesis del cambio climático de origen humano.
Dicho esto es preciso reconocer a la novela un mérito que muchos le han negado: Crichton se habría metido en un avispero sin tener necesidad de ello, pues me cuesta creer que necesite un complemento a sus ingresos, que imagino astronómicos, introduciendo en la polémica la sombra de una duda; precisamente lo que más valoré en mi lectura y que ahora, retrospectivamente, valoro aún más: la sospecha que justifica el título de su libro.
Cerca ya del final el protagonista pide su opinión a un científico bastante incrédulo, que justifica su escepticismo del modo siguiente: "La caída del Muro de Berlín marca el hundimiento del imperio soviético, así como el final de la Guerra Fría (...) Durante cincuenta años las naciones occidentales mantuvieron a sus ciudadanos en un estado de miedo perpetuo. Miedo a la guerra nuclear. La amenaza comunista. El telón de acero. El imperio del mal. Y en el ámbito de los países comunistas, lo mismo pero a la inversa: miedo a nosotros. Y de pronto, en 1989, todo eso se acabó (...) Quiero ir a parar a la idea de control social. A la necesidad de todo Estado soberano de ejercer control sobre el comportamiento de sus ciudadanos, de mantenerlos dentro de un orden y fomentar en ellos una actitud razonablemente sumisa: de obligarlos a conducir por el lado derecho de la carretera, o por el izquierdo, según sea el caso (...) Y naturalmente sabemos que el control social se administra mejor mediante el miedo (...) Las naciones occidentales son de una seguridad fabulosa. Sin embargo la gente no tiene esa sensación debido a [lo que yo llamo] complejo político-jurídico-mediático (...) Los políticos necesitan los temores para controlar a la población. Los abogados necesitan los peligros para litigar y ganar dinero. Los medios necesitan historias de miedo para capturar al público". Por cierto, este énfasis en la creación de miedo ha sido también señalado por Michael Moore en su documental Bowling for Columbine
Para sorpresa de su interlocutor, y de muchos lectores, el científico sostiene que el cambio climático -la amenaza de muerte de la atmósfera y, con ella, de la vida en el planeta-, es el gran espantajo alzado por el poder, por los poderes, para seguir manteniendo el control. "Largo me lo fiáis", responderíamos ante la amenza los españoles, adiestrados desde antiguo en el carpe diem; y sin duda otros muchos, a juzgar por sus reticencias a comprometerse con el Protocolo de Kioto. De manera que ese espantajo espanta poco.
Pero me temo que la tesis no queda por ello invalidada; pues más recientemente ha aparecido otro espantajo mucho más atemorizador, y eso que se le ven los entresijos, y con ellos la mano del complejo que yo llamaría más bien político-financiero-mediático (por cierto, requiem por CNN+) que lo ha urdido. De modo que cabe preguntarse si la novela de Crichton es, más que una denuncia sospechosa de reaccionarismo, una profecía de signo contrario.
Para eventuales lectores: el final del relato es, a mi juicio, una auténtica payasada, pero lo fundamental queda dicho y merece el rato que se emplea en leerlo.

martes, 14 de diciembre de 2010

La historia de San Michele. Imágenes

Se me ha ocurrido que como complemento a la entrada precedente podía publicar algunas fotos de Capri, especialmente de la Villa San Michele. Aquí van, pues.



Entrada a la Villa





Detalle de la entrada





Dormitorio de Axel Munthe





Nápoles, el Vesubio y la esfinge ptolemaica en la galería de la Villa san Michele





La esfinge etrusca en la galería





El suelo de mosaico romano: "robba di Timberio (cosas de Tiberio)", como decían los lugareños al sorprendido joven sueco en su primera visita a la isla





La fortaleza de "Timberio", en el otro extremo de la isla de Capri

domingo, 12 de diciembre de 2010

La historia de San Michele, de Axel Munthe


Hoy toca hablar de un clásico; o mejor, de uno que lo fue aunque hoy parece casi olvidado. No se trata, a todas luces, de una obra maestra, pues en tal caso habría sobrevivido a los cambios de moda, aunque no estoy muy seguro de que en los tiempos que corren las obras maestras estén a salvo de la desaparición. El caso es que La historia de San Michele fue un libro muy leído por la generación de mis progenitores, e incluso de mis abuelos, mientras que hoy resulta difícil de encontrar, sin duda a causa del hecho de que lo que no acaba de publicarse, o no es un “clásico” reconocido, no existe. Sin embargo se trata de una obra muy estimable, especialmente, aunque no sólo, en nuestra perspectiva, “medicina y literatura”.
Publicada por primera vez en Estocolmo en 1929, y en España seis años después, esta obra de difícil clasificación -¿novela? ¿Autobiografía? ¿Ambas cosas a la vez?- del médico y escritor sueco Axel Munthe (1857-1949) resulta, todavía hoy, sumamente interesante para quien busca aprender cosas importantes sobre la práctica de la medicina en ese territorio privilegiado que es la literatura. Cosas que no se enseñan, o que se enseñan de manera insuficiente, en las Facultades, y que tan a menudo se echan en falta cuando se tiene que afronta en solitario situaciones graves, y por otra parte nada infrecuentes, en el trato con un ser humano enfermo, sobre todo con el que va a morir.
De creer a su autor -¿y por qué no hacerlo?- se trataría de un texto autobiográfico: “ce n’est rien donner aux hommes que de ne pas se donner soi-même”, escribe Munthe a modo de dedicatoria al pie del título. Pero en sus páginas se mezclan fantasía y realidad desde muy temprano, cuando al comienzo de su relato, refiriendo su descubrimiento juvenil de la isla de Capri, se promete a sí mismo que algún día poseerá la vieja ruina nombrada San Michele en una conversación con el mismísimo diablo, o más exactamente con el Mefistófeles fáustico. ¡Singular acierto, éste de reconocer su propia ambición fáustica en conversación con su yo más oculto! Como también más tarde, cuando describe la visita de uno de los viejos duendes del folklore lapón y la conversación que con él sostiene.
Con todo, en mi opinión, esto que es literatura en el sentido más tradicional del término no deja de ser documento, pues el lector comprende sin esfuerzo que es consigo mismo con quien el escritor habla en estas situaciones, aunque con un valor añadido: el reconocimiento de la importancia de los mitos y leyendas –en suma, de las grandes creaciones colectivas de la cultura- para poder acceder a esos rincones ocultos de uno mismo.
Ciñéndonos, empero, a la perspectiva de este blog, habrá que señalar en primer lugar que en esta obra de amena lectura puede encontrarse valiosa información sobre historia de la medicina, y más en concreto de la mítica medicina parisiense de finales del siglo diecinueve. De especial interés resulta la tremenda crítica a la reverenciada figura del creador de la neurología científica, Jean-Martin Charcot. Si bien hoy es un hecho conocido que éste, como otros grandes patrons de la medicina francesa, era lo menos parecido a una persona “de buenas prendas”, lo que Munthe, colaborador suyo hasta ser expulsado por él, cuenta acerca de su interesada e irresponsable manipulación de las enfermas histéricas, y de alguna muchacha que no lo era hasta que el maître puso todo su afán en destruirla, representa una de las más demoledoras enmiendas al culto al genio propiciado por una cierta manera –vetusta, espero- de hacer historia de la medicina. Otros grandes de la clínica francesa pasan ante su tribunal, para ser en ocasiones reverenciados por su dignidad personal y su hombría de bien y en otras censurados por su avidez de riquezas y de fama, cuando no por su incompetencia clínica, y a veces por ambas cosas.
No menos importante –puede, incluso, que más- es cuanto se refiere a su propia actitud ante las situaciones médicas más graves y comprometidas: una epidemia de cólera en Nápoles, en lo colectivo, y en lo individual las numerosas ocasiones en que hubo de decidirse a abreviar los sufrimientos de un agonizante –pues desde el principio hasta el final del relato se manifiesta decidido partidario de la eutanasia compasiva, que no “pasiva”-, por ejemplo en el histórico caso de los campesinos rusos mordidos por lobos rabiosos que fueron llevados a París por ferrocarril para intentar una cura con el suero antirrábico de Pasteur.
Es imposible –y creo que no conviene- agotar toda la información relevante desde nuestro punto de vista que contiene este documento; pero no puedo pasar por alto otro de sus méritos, mayor aún si cabe teniendo en cuenta la fecha de su publicación y, lo que es aún más importante, la de su descubrimiento por el autor, pues remite a su juventud, a sus primeros años de práctica profesional: la comprensión del determinante peso de lo psicológico en el origen y el modo de vivir la enfermedad y del gran valor que su hábil manejo tiene para la relación médico-paciente y para la eficacia de casi cualquier opción terapéutica.
Como ya he señalado, nada de esto agota la lista de virtudes de la obra. También cuenta con riquezas que nada tienen que ver con la medicina, como por ejemplo las relativas a la vida artística y cultural del París fin-de-siècle, donde destaca ese enfermo genial –y brutal- que fue Guy de Maupassant. Pero es hora ya de callar y dejar a quien se sienta tentado por estas líneas que las descubra por sí mismo.