viernes, 5 de noviembre de 2010

Medicina mundi (I)



Podría parecer que un blog sobre medicina y literatura debería ocuparse exclusivamente de obras de ficción en las que los temas médicos, en el sentido más restringido del término, desempeñen un papel destacado. Y en efecto eso es lo que mayoritariamente he hecho hasta ahora bajo esta rúbrica, en el blog (poco) y fuera de él (bastante más). No pienso renunciar a ello, pues me parece que tiene un valor incontestable, pero lo cierto es que ahora la realidad me solicita en una dirección diferente. Para ser exactos, viene haciéndolo desde algunos años atrás, pero hasta el momento me he contentado con desarrollar esa nueva perspectiva en las aulas. Hoy esto me parece insuficiente, dado que Internet permite abrir notablemente el campo. Tan grande es esta apertura que posiblemente lo que ahora me propongo quede en nada; a lo sumo en lo que representa la vieja metáfora de la botella conteniendo un mensaje que un náufrago arroja al océano.
Está bien que así sea. ¿Por qué pensar que lo que uno cuenta ha de importar a muchos? Pero, por otra parte, cuando ese “uno” obtiene su manutención, como es mi caso, del bolsillo de todos, ¿no debe al menos rendir cuentas en aquello a lo que se siente obligado? Si nadie las pide, allá cada cual. En todo caso la “declaración” quedará hecha y presentada, y se habrá corrido el riesgo de que alguien decida presentar una reclamación.
Con este espíritu inicio hoy este apartado, sin poder alejar de mí la duda de si seré capaz de redactar un Medicina mundi II, un III, etc., pues bien me conozco, además de ser consciente de que lo que me propongo exigirá mucho tiempo y muchas lecturas. Y para empezar: ¿qué es, exactamente, lo que me propongo?
Pues, dicho brevemente, dar a conocer aquellas obras de “no ficción” (ensayos o estudios históricos) que se ocupan de la “enfermedad del mundo”; pues nadie puede dudar de que el mundo del que formamos parte está enfermo. Así pues, mucho de lo que aquí se comente tendrá un cierto aire diagnóstico. De hecho la práctica totalidad debería tener esta orientación, pues no me siento capacitado para dar recetas y desconfío de quienes las proponen. Así, esta medicina mundi desagradará sin duda a quien reclame una terapéutica para los males que aquejan a nuestro mundo, a no ser que esté dispuesto a admitir que en el conocimiento de la patología se encuentre la clave de una eventual estrategia curativa.
¿Podría, por otra parte, extrañar a alguien que esta medicina esté abierta a la polémica, más aún, que la solicite de forma explícita? En las épocas de crisis hay, también, combates entre los sistemas médicos, y en la actual es un hecho de observación cotidiano que los nuevos iatromecánicos disputan con los igualmente nuevos iatroquímicos. Habrá que ver cómo me las arreglo en esta lid, yo que soy un aberrante Naturphilosoph. Sea como fuere, siempre he reivindicado mi condición de médico, no sólo basándome en los títulos académicos que poseo, sino también, y quizá sobre todo, por estar convencido de que mi quehacer se explica desde, por y para la medicina. En esta ocasión las cosas están aún más claras, pues, con la ayuda del equipo del que pretendo rodearme –los textos objeto de mi reflexión- voy a inclinarme sobre el cuerpo de un yacente que, esperémoslo, no habrá de permanecer en esta postura hasta el fin de los tiempos.
Y, por cierto, sin olvidar nunca algo esencial: que cada vez que tome el pulso a ese enfermo sabré que me lo estoy tomando a mí mismo, pues soy parte de él.

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