domingo, 7 de noviembre de 2010
Medicina mundi (II). El hombre mojado no teme la lluvia, de Olga Rodríguez
Olga Rodríguez Francisco (León, 1975). Los escuetos datos que figuran en la solapa anterior del libro nos permiten saber que esta periodista tiene 35 años, tenía 30 o menos cuando realizó unos reportajes (premiados; para mí es lo de menos) en Gaza, y 27 o 28 cuando cubrió la invasión de Irak. Habrá quien piense que el ejercicio de dignidad que representa su libro es tan sólo fruto del idealismo de la juventud, pero para eso es preciso olvidar, voluntaria y dolosamente, que ha estado en los lugares que habitan los seres humanos cuyas voces resuenan en esta obra sencilla y abrumadora.
Por mi parte pienso que Olga Rodríguez podría haberse limitado a cobrar por su excelente y arriesgado trabajo (baste recordar a su compañero José Couso) y a recibir sus muy merecidos premios sin que nadie pudiera echarle en cara nada. Más aún: quizá la mayoría, incluida una parte de mí mismo, hubiera agradecido que se abstuviera de escribir este libro. Pero otros, y esa otra parte de mí mismo que contiende con la citada en primer lugar, agradecemos, y muy sentidamente, que se haya decidido a hacerlo.
El hombre mojado... es un libro duro, muy duro. Y en cierto sentido aburrido. Un testimonio tras otro de tragedias personales sucedidas -vividas- en un lugar del mundo de cuyo nombre no queremos acordarnos. ¿Era necesaria tanta reiteración?
Está claro que para Olga Rodríguez sí; porque para ella no hay reiteración alguna: cada caso es diferente, es la historia de un ser humano concreto, mujer o varón, anciano, adulto o joven, de una cultura o de otra, granos todos ellos triturados por una rueda de molino en la que, mejor o peor, nos encontramos, para nuestra dudosa fortuna, "los otros", nosotros. Y en algún caso esas otras voces de Oriente Medio, como la del ultraortodoxo judeoargentino Yehuda Glanz, emitidas desde el campo de los vencedores. ¡Qué suerte, para los que pensamos y sentimos de determinada manera, que sus palabras se encuentren encuadradas por las admirables de Rami y Nurit Elhanan, padres de una adolescente masacrada por terroristas suicidas palestinos, que desde ese momento dedican su vida al entendimiento entre ambas culturas y a la lucha por la paz, como lo hace Sergio Yahni, el otro custodio verbal del -para mí- delirante Glanz!
Israelíes, palestinos, libaneses, iraquíes, sirios egipcios y afganos son los protagonistas de las páginas escritas por esta periodista que ha querido ser más que eso -y no me refiero a "escritora" o "autora de libros"-. Luchadores algunos, con razón o sin ella -no nos compete juzgar, ni ella misma lo hace-, víctimas los más, se han encontrado con algo que sin duda no esperaban: una persona que ha prestado oído a sus voces, y no sólo eso: se ha obligado a hacerlas resonar al menos en este extremo del Mediterráneo, el mar de la historia cuya presencia eterna compartimos con algunos de ellos. Hablando, por cierto, de historia: Olga Rodríguez ha tenido el acierto de referir sumariamente las circunstancias históricas que, en cada uno de los casos, han determinado el destino de los protagonistas de su libro, y no es ése un mérito pequeño.
Pero el mayor, lo repetiré, es otro: el de haber dado voz a los que no la tienen, o mejor, el de habernos forzado a escuchar esas voces de oriente medio; el hacérnoslas sentir de manera machacona, como señalé al principio. "¿Para qué tanta reiteración? ¿Para qué tantas historias semejentes?" decimos, inconscientemente y en silencio, mientras leemos, sin darnos cuenta de que algo así debe pensar una persona cuando la torturan: "¡No más! ¡Basta! ¡Ya lo he entendido!".
Probablemente haya que sufrir para entender. Y por eso no le auguro un gran éxito editorial a semejante obra, pues casi nadie está dispuesto a pagar a su verdugo. Sólo lo hace aquél que, en su fuero interno, sabe que es justo disponer de uno "de guardia" para su uso personal.
No hay que negar el dolor. Suele ser un síntoma, un aviso. En El hombre mojado... percibimos, con reiteración, este tipo de síntoma. También la curación es a veces dolorosa, pero nunca tanto como la enfermedad. En este caso se trata de voces contra la sordera; y si el dolor que despiertan estas voces no se produce en los oídos habrá que preguntarse cual es, exactamente, la sede de la enfermedad de nuestro mundo.
Agradezco a mi amiga Maribel Porras haberme dado a conocer este libro, tan humano y necesario.
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