
Hace ya bastantes años que me tomo muy en serio al autor de best sellers Michael Crichton; exactamente desde que leí su novela Parque jurásico, alguno de cuyos fragmentos menos comerciales he leído alguna vez en mis clases, e incluso citado en un congreso. Como tantas veces digo, puede que algún día me ocupe de ella en este blog.
Hoy me interesa hablar de una más reciente, exactamente de 2004: Estado de miedo. Una novela sobre el cambio climático que me sorprendió pues, al contrario de lo que esperaba, la actitud de su autor respecto a esta cuestión era punto menos que negacionista. No me costó trabajo encontrar en Internet críticas furibundas de lectores decepcionados acusando al escritor de estar al servicio de las multinacionales contaminantes, sospecha que a mí mismo se me había pasado por la cabeza. O se trataba de eso, o se había hecho asesorar por el primo de D. Mariano Rajoy, físico de profesión como sabemos precisamente por una sonada declaración del jefe de la oposición sobre este tema.
Me llamó la atención, empero, que Crichton citara una amplia bibliografía de aspecto respetable; pero como avezado lector suyo debía pensar que podía tratarse de un truco literario, como el menos descarado que emplea en una novelita absolutamente fallida, Devoradores de cadáveres, que sin embargo, y a diferencia de lo que ocurrió con Parque jurásico, dio pié a una película de aventuras bastante mejor que el original: El guerrero número 13, protagonizada por "nuestro" Antonio Banderas.
Pues bien: un par de ensayos al azar me confirmaron que la bibliografía era auténtica. Reconozco que no llevé muy lejos la búsqueda y que por otra parte no he hecho de ello cuestión de honor. Pero eso me hizo mirar la novela con otros ojos, por más que otras lecturas, y conversaciones con quienes entienden -tengo un amigo, que no primo, especialista en Paleoclimatología y sumamente ponderado- me mueven a alinearme en el bando de los que prefieren tomarse muy en serio la hipótesis del cambio climático de origen humano.
Dicho esto es preciso reconocer a la novela un mérito que muchos le han negado: Crichton se habría metido en un avispero sin tener necesidad de ello, pues me cuesta creer que necesite un complemento a sus ingresos, que imagino astronómicos, introduciendo en la polémica la sombra de una duda; precisamente lo que más valoré en mi lectura y que ahora, retrospectivamente, valoro aún más: la sospecha que justifica el título de su libro.
Cerca ya del final el protagonista pide su opinión a un científico bastante incrédulo, que justifica su escepticismo del modo siguiente: "La caída del Muro de Berlín marca el hundimiento del imperio soviético, así como el final de la Guerra Fría (...) Durante cincuenta años las naciones occidentales mantuvieron a sus ciudadanos en un estado de miedo perpetuo. Miedo a la guerra nuclear. La amenaza comunista. El telón de acero. El imperio del mal. Y en el ámbito de los países comunistas, lo mismo pero a la inversa: miedo a nosotros. Y de pronto, en 1989, todo eso se acabó (...) Quiero ir a parar a la idea de control social. A la necesidad de todo Estado soberano de ejercer control sobre el comportamiento de sus ciudadanos, de mantenerlos dentro de un orden y fomentar en ellos una actitud razonablemente sumisa: de obligarlos a conducir por el lado derecho de la carretera, o por el izquierdo, según sea el caso (...) Y naturalmente sabemos que el control social se administra mejor mediante el miedo (...) Las naciones occidentales son de una seguridad fabulosa. Sin embargo la gente no tiene esa sensación debido a [lo que yo llamo] complejo político-jurídico-mediático (...) Los políticos necesitan los temores para controlar a la población. Los abogados necesitan los peligros para litigar y ganar dinero. Los medios necesitan historias de miedo para capturar al público". Por cierto, este énfasis en la creación de miedo ha sido también señalado por Michael Moore en su documental Bowling for Columbine
Para sorpresa de su interlocutor, y de muchos lectores, el científico sostiene que el cambio climático -la amenaza de muerte de la atmósfera y, con ella, de la vida en el planeta-, es el gran espantajo alzado por el poder, por los poderes, para seguir manteniendo el control. "Largo me lo fiáis", responderíamos ante la amenza los españoles, adiestrados desde antiguo en el carpe diem; y sin duda otros muchos, a juzgar por sus reticencias a comprometerse con el Protocolo de Kioto. De manera que ese espantajo espanta poco.
Pero me temo que la tesis no queda por ello invalidada; pues más recientemente ha aparecido otro espantajo mucho más atemorizador, y eso que se le ven los entresijos, y con ellos la mano del complejo que yo llamaría más bien político-financiero-mediático (por cierto, requiem por CNN+) que lo ha urdido. De modo que cabe preguntarse si la novela de Crichton es, más que una denuncia sospechosa de reaccionarismo, una profecía de signo contrario.
Para eventuales lectores: el final del relato es, a mi juicio, una auténtica payasada, pero lo fundamental queda dicho y merece el rato que se emplea en leerlo.
Hoy me interesa hablar de una más reciente, exactamente de 2004: Estado de miedo. Una novela sobre el cambio climático que me sorprendió pues, al contrario de lo que esperaba, la actitud de su autor respecto a esta cuestión era punto menos que negacionista. No me costó trabajo encontrar en Internet críticas furibundas de lectores decepcionados acusando al escritor de estar al servicio de las multinacionales contaminantes, sospecha que a mí mismo se me había pasado por la cabeza. O se trataba de eso, o se había hecho asesorar por el primo de D. Mariano Rajoy, físico de profesión como sabemos precisamente por una sonada declaración del jefe de la oposición sobre este tema.
Me llamó la atención, empero, que Crichton citara una amplia bibliografía de aspecto respetable; pero como avezado lector suyo debía pensar que podía tratarse de un truco literario, como el menos descarado que emplea en una novelita absolutamente fallida, Devoradores de cadáveres, que sin embargo, y a diferencia de lo que ocurrió con Parque jurásico, dio pié a una película de aventuras bastante mejor que el original: El guerrero número 13, protagonizada por "nuestro" Antonio Banderas.
Pues bien: un par de ensayos al azar me confirmaron que la bibliografía era auténtica. Reconozco que no llevé muy lejos la búsqueda y que por otra parte no he hecho de ello cuestión de honor. Pero eso me hizo mirar la novela con otros ojos, por más que otras lecturas, y conversaciones con quienes entienden -tengo un amigo, que no primo, especialista en Paleoclimatología y sumamente ponderado- me mueven a alinearme en el bando de los que prefieren tomarse muy en serio la hipótesis del cambio climático de origen humano.
Dicho esto es preciso reconocer a la novela un mérito que muchos le han negado: Crichton se habría metido en un avispero sin tener necesidad de ello, pues me cuesta creer que necesite un complemento a sus ingresos, que imagino astronómicos, introduciendo en la polémica la sombra de una duda; precisamente lo que más valoré en mi lectura y que ahora, retrospectivamente, valoro aún más: la sospecha que justifica el título de su libro.
Cerca ya del final el protagonista pide su opinión a un científico bastante incrédulo, que justifica su escepticismo del modo siguiente: "La caída del Muro de Berlín marca el hundimiento del imperio soviético, así como el final de la Guerra Fría (...) Durante cincuenta años las naciones occidentales mantuvieron a sus ciudadanos en un estado de miedo perpetuo. Miedo a la guerra nuclear. La amenaza comunista. El telón de acero. El imperio del mal. Y en el ámbito de los países comunistas, lo mismo pero a la inversa: miedo a nosotros. Y de pronto, en 1989, todo eso se acabó (...) Quiero ir a parar a la idea de control social. A la necesidad de todo Estado soberano de ejercer control sobre el comportamiento de sus ciudadanos, de mantenerlos dentro de un orden y fomentar en ellos una actitud razonablemente sumisa: de obligarlos a conducir por el lado derecho de la carretera, o por el izquierdo, según sea el caso (...) Y naturalmente sabemos que el control social se administra mejor mediante el miedo (...) Las naciones occidentales son de una seguridad fabulosa. Sin embargo la gente no tiene esa sensación debido a [lo que yo llamo] complejo político-jurídico-mediático (...) Los políticos necesitan los temores para controlar a la población. Los abogados necesitan los peligros para litigar y ganar dinero. Los medios necesitan historias de miedo para capturar al público". Por cierto, este énfasis en la creación de miedo ha sido también señalado por Michael Moore en su documental Bowling for Columbine
Para sorpresa de su interlocutor, y de muchos lectores, el científico sostiene que el cambio climático -la amenaza de muerte de la atmósfera y, con ella, de la vida en el planeta-, es el gran espantajo alzado por el poder, por los poderes, para seguir manteniendo el control. "Largo me lo fiáis", responderíamos ante la amenza los españoles, adiestrados desde antiguo en el carpe diem; y sin duda otros muchos, a juzgar por sus reticencias a comprometerse con el Protocolo de Kioto. De manera que ese espantajo espanta poco.
Pero me temo que la tesis no queda por ello invalidada; pues más recientemente ha aparecido otro espantajo mucho más atemorizador, y eso que se le ven los entresijos, y con ellos la mano del complejo que yo llamaría más bien político-financiero-mediático (por cierto, requiem por CNN+) que lo ha urdido. De modo que cabe preguntarse si la novela de Crichton es, más que una denuncia sospechosa de reaccionarismo, una profecía de signo contrario.
Para eventuales lectores: el final del relato es, a mi juicio, una auténtica payasada, pero lo fundamental queda dicho y merece el rato que se emplea en leerlo.